Fin de semana en Madrid, paseando por la calles, disfrutando de unas tapas, disfrutando de algo de sol. Como siempre, admirándome ahora de escuchar en todas partes fragmentos de conversaciones en rumano que antes me pasaban desapercibidas, de maravillarme de lo absolutamente indistinguibles que son los cientos de miles de rumanos que viven en Madrid, que en el imaginario colectivo español, lamentablemente, se representan habitualmente con la apariencia y actitudes de los gitanos zíngaros mendicantes.
Imaginarios colectivos. Envidia, celos, amargura, falsos culpables. Gitanos zíngaros mendicantes.
En el vagón del metro, como es bastante habitual, entra una muchacha zíngara con un niño en brazos, rostro moreno y tiznado, pelo despeinado, falda amplia y colorida, jersey desparejado. Inicia su cantinela: no-ten-go-ca-sa, no-ten-go-tra-ba-jo, no-ten-go-di-ne-ro, soy una chica pobre-ci-ta, ayúdenme...
Recorre el vagón y se queda en la puerta esperando la siguiente parada, justo al lado de la fila de asientos en la que estoy sentada. Se acerca un español de unos treinta y cinco o cuarenta años, que también va a bajarse en la siguiente estación, y dice:
Se abren las puertas, y se baja la gitana mendicante, con su niño y su falda, igualita a la zíngara mendicante que se sienta todos los días a pedir cerca de mi casa en Bucarest, camino del mercado de Piata Amzei. Igual de igualita que las otras gitanas rumanas lo son a las otras gitanas españolas, como las gitanas que viven en la parte vieja del centro histórico, con sus matas de pelo negro, sus aros dorados en las orejas y sus vaqueros embutidos que me recuerdan a la gitanas de barrio españolas cuando gritan a sus niños desde las ventanas del último piso para que dejen de jugar y trastear y suban a casa, hagan recados, obedezcan... Igual de igualitos a los españoles que son los rumanos que evitan a unas y a las otras, y le dicen a sus niños que "no hagan gitanadas" (nu faceţi ţiganie). Dos comunidades viviendo en paralelo como nosotros en España, si bien es cierto que en España ya no está bien visto decir cosas que en Rumania se afirman sin ningún rubor.
Y se baja el hombre preocupado por la crisis, amargado, probablemente algo aliviado de poder echarles la culpa a "ellos", reclamándoles a "ellos" que devuelvan su parte del pastel que nos repartimos todos en tiempos de bonanza. Bonanza que también "ellos" ayudaron a construir.
Y yo me quedo pensativa y melancólica... Porque ojalá, por qué no, Rumania fuera más próspera, o al menos igual de próspera que España.
Pero me temo que para alcanzar la prosperidad se necesitan muchos años de abundancia de trabajo, y bastantes otras cosas... Entre otras, confianza en el futuro del propio país, una cosa que, lamentablemente, los rumanos no acaban de adquirir. Y sin ella, construir la prosperidad es muy difícil.
Imaginarios colectivos. Envidia, celos, amargura, falsos culpables. Gitanos zíngaros mendicantes.
En el vagón del metro, como es bastante habitual, entra una muchacha zíngara con un niño en brazos, rostro moreno y tiznado, pelo despeinado, falda amplia y colorida, jersey desparejado. Inicia su cantinela: no-ten-go-ca-sa, no-ten-go-tra-ba-jo, no-ten-go-di-ne-ro, soy una chica pobre-ci-ta, ayúdenme...
Recorre el vagón y se queda en la puerta esperando la siguiente parada, justo al lado de la fila de asientos en la que estoy sentada. Se acerca un español de unos treinta y cinco o cuarenta años, que también va a bajarse en la siguiente estación, y dice:
- ¿De donde eres? ¿Rumana, no?
- (...)
- Pues ahora hay más trabajo en Rumania que aquí.
- (...)
- Sí, te lo digo yo, hay más trabajo en Rumania. Porque nos habéis arruinado. Hay más trabajo. Rumania es ahora más próspera que España.
Se abren las puertas, y se baja la gitana mendicante, con su niño y su falda, igualita a la zíngara mendicante que se sienta todos los días a pedir cerca de mi casa en Bucarest, camino del mercado de Piata Amzei. Igual de igualita que las otras gitanas rumanas lo son a las otras gitanas españolas, como las gitanas que viven en la parte vieja del centro histórico, con sus matas de pelo negro, sus aros dorados en las orejas y sus vaqueros embutidos que me recuerdan a la gitanas de barrio españolas cuando gritan a sus niños desde las ventanas del último piso para que dejen de jugar y trastear y suban a casa, hagan recados, obedezcan... Igual de igualitos a los españoles que son los rumanos que evitan a unas y a las otras, y le dicen a sus niños que "no hagan gitanadas" (nu faceţi ţiganie). Dos comunidades viviendo en paralelo como nosotros en España, si bien es cierto que en España ya no está bien visto decir cosas que en Rumania se afirman sin ningún rubor.
Y se baja el hombre preocupado por la crisis, amargado, probablemente algo aliviado de poder echarles la culpa a "ellos", reclamándoles a "ellos" que devuelvan su parte del pastel que nos repartimos todos en tiempos de bonanza. Bonanza que también "ellos" ayudaron a construir.
Y yo me quedo pensativa y melancólica... Porque ojalá, por qué no, Rumania fuera más próspera, o al menos igual de próspera que España.
Pero me temo que para alcanzar la prosperidad se necesitan muchos años de abundancia de trabajo, y bastantes otras cosas... Entre otras, confianza en el futuro del propio país, una cosa que, lamentablemente, los rumanos no acaban de adquirir. Y sin ella, construir la prosperidad es muy difícil.
2 comentarios:
Me ha gustado tu artículo. Pero claro, no te puedo poner "qué bonito"...
Pues eso, que me "ha llegado".
Un beso!
Caca bolloo triple eso es una caca gas chichi coma....
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